Las
contradicciones éticas del poder
fraguan la pobreza, la iniquidad y la violencia institucional
silenciosa que incrementan la corrupción e impiden la construcción democrática.
La grave fractura social motivada por un maltrato atroz de los malos hacia los débiles y de los `buenos´ que permiten con su silencio la degradación de las convicciones éticas, tiene por consecuencia el detrimento de la integridad de las personas, generando la fatalidad de la confrontación entre clases. El bipartidismo en el cual crece la corrupción de las costumbres, el intercambio del tráfico de influencias y las luchas de poder para conseguir grandes capitales, han movido la honestidad a la marginalidad.
Este expolio de los caudales comunes, que deberían financiar el
estado del bienestar, pone en peligro a muchos ciudadanos que despojados de sus
derechos sociales son empujados por la inercia del sistema corrupto, generando
el pensamiento generalizado en la sociedad
de la inviabilidad de la construcción social pacífica. Mientras la mayoría de las personas sigan
anestesiadas, adormiladas, carentes de educación de la templanza, asumiendo la
incompetencia, la hipocresía, la corrupción
y prefiriendo la mentira y la apariencia como modelo; la maduración de
la democracia no sera posible. Este sistema nos
dirige al derrumbe de la convivencia: entregada a la tiranía de los instintos y
por tanto a la impulsividad que incapacita para aprender o anticipar nada,
erigiendo seres disolutos que vacían el final de sus vidas en la tristeza, la
soledad y la miseria.
Cuando
la hipocresía sustituye al sentido común se emprende el camino de la
esclavitud del pensamiento.
Asumir
la responsabilidad ciudadana actuando racional y consecuentemente en el entorno
más cercano promoviendo espacios de reflexión en los cuales podamos observar
las virtudes y carencias de la sociedad,
nos encauzará a un estado de libertad interior.
Es
inaplazable exigir el control y la transparencia financiera en las cuentas de
las instituciones y guiar a los gobernantes por la senda de la honestidad. Son
precisos ciudadanos que acometan la
clarificación ética, que abran el debate sobre el comportamiento que tenemos y
el que la ética nos dicta. De nosotros depende la sustentación en la equidad de
la interacción social.
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